Por motivos de trabajo me suele tocar ir a Madrid de vez en cuando. El caso es que una de las cosas que me gusta de Madrid y de las ciudades grandes es que enseguida te sientes parte de la misma. El ejemplo más claro para mí fue Berlín. Todavía lo sigo recordando como una ciudad mágica donde, a pesar del alemán churrianero que tenía, te sentías como un berlinés de toda la vida. Con ganas de compartir tus anécdotas de antes de la caída del muro... :)
El caso es que el otro día me fijé en varias pruebas que me demostraron que estaba equivocado. Que aunque yo no lo crea se nota que soy un guiri. Ya no son grandes detalles a lo Alfredo Landa con la boina metida a presión sino pequeños gestos por los que se te puede tildar de provinciano:). Por ejemplo, mientras iba en el metro me di cuenta de que todavía sentía cierta emoción por ir en un medio de transporte que va por debajo de la tierra y a tanta velocidad. Y va y te encuentras que eres el único que sonríe en todo el vagón. Es más, si lanzas una mirada alrededor, te das cuenta de que no te cruzas la mirada con nadie. Que todos van leyendo o mirando el suelo. En su mundo... También se darán cuenta de que eres de fuera cuando dejas pasar a la gente educadamente y también cuando tienes un gesto cortés... no quiero decir que la gente sea borde y maleducada sino que uno de una ciudad pequeña se siente como los catetos de pueblo que iban hace tiempo a la ciudad de turno y notaban como se perdían algunas de las buenas costumbres de los pequeños pueblos: cercanía, solidaridad... (y también las malas, claro).
El caso es que llama la atención de cualquier provinciano que todos visten muy diferente. Que el que pasaría por el loco del barrio aquí es un tío normal y corriente. Y esto implica dos normas que se contradicen pero que todos llevamos dentro: el hecho de sentirnos parte de la manada y el hecho de sentirnos diferentes. Así, el que intenta ser diferente con un look radical no deja de ser alguien que termina siendo parte del grupo. De los que quieren reflejar en su vestimenta que ellos no son como los demás pero que son tanto como el resto. Y es tan así que yo me siento extraordinario en mi look. No el que llevo hoy porque voy de traje y corbata, sino el que puedo llevar un fin de semana.
Y lo que es peor (o mejor), que me gusta sentirme un cateto en una ciudad tan asombrosa, especial, diferente abierta y única como Madrid. Que me gusta conservar esas pequeñas y sanas costumbres que nos hacen más humanos. Que me gusta no perder la paciencia y tener menos prisa. Que el progreso no es siempre sinónimo de mejora y que no todo lo viejo es malo ni todo lo nuevo, bueno. Y, sobre todo, que seas de donde seas la gente quiere ser parte de la sociedad pero respetando su individualidad. Y todo eso lo puedo hacer en Madrid porque, aunque seas de fuera, te sientes de allí.
"Cuando la muerte venga a visitarme, que me lleven al sur donde nací, aquí no queda sitio para nadie, pongamos que hablo de Madrid."
El caso es que el otro día me fijé en varias pruebas que me demostraron que estaba equivocado. Que aunque yo no lo crea se nota que soy un guiri. Ya no son grandes detalles a lo Alfredo Landa con la boina metida a presión sino pequeños gestos por los que se te puede tildar de provinciano:). Por ejemplo, mientras iba en el metro me di cuenta de que todavía sentía cierta emoción por ir en un medio de transporte que va por debajo de la tierra y a tanta velocidad. Y va y te encuentras que eres el único que sonríe en todo el vagón. Es más, si lanzas una mirada alrededor, te das cuenta de que no te cruzas la mirada con nadie. Que todos van leyendo o mirando el suelo. En su mundo... También se darán cuenta de que eres de fuera cuando dejas pasar a la gente educadamente y también cuando tienes un gesto cortés... no quiero decir que la gente sea borde y maleducada sino que uno de una ciudad pequeña se siente como los catetos de pueblo que iban hace tiempo a la ciudad de turno y notaban como se perdían algunas de las buenas costumbres de los pequeños pueblos: cercanía, solidaridad... (y también las malas, claro).
El caso es que llama la atención de cualquier provinciano que todos visten muy diferente. Que el que pasaría por el loco del barrio aquí es un tío normal y corriente. Y esto implica dos normas que se contradicen pero que todos llevamos dentro: el hecho de sentirnos parte de la manada y el hecho de sentirnos diferentes. Así, el que intenta ser diferente con un look radical no deja de ser alguien que termina siendo parte del grupo. De los que quieren reflejar en su vestimenta que ellos no son como los demás pero que son tanto como el resto. Y es tan así que yo me siento extraordinario en mi look. No el que llevo hoy porque voy de traje y corbata, sino el que puedo llevar un fin de semana.
Y lo que es peor (o mejor), que me gusta sentirme un cateto en una ciudad tan asombrosa, especial, diferente abierta y única como Madrid. Que me gusta conservar esas pequeñas y sanas costumbres que nos hacen más humanos. Que me gusta no perder la paciencia y tener menos prisa. Que el progreso no es siempre sinónimo de mejora y que no todo lo viejo es malo ni todo lo nuevo, bueno. Y, sobre todo, que seas de donde seas la gente quiere ser parte de la sociedad pero respetando su individualidad. Y todo eso lo puedo hacer en Madrid porque, aunque seas de fuera, te sientes de allí.
"Cuando la muerte venga a visitarme, que me lleven al sur donde nací, aquí no queda sitio para nadie, pongamos que hablo de Madrid."
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