Si nos damos cuenta, tanto ahora en plena crisis como en tiempos de bonanza nuestra valoración global de España, Europa, la comunidad autónoma de turno o lo que sea se hace en unos términos que son útiles, pero también llamativos. Al final, la situación de nuestro país tiene unos indicadores prioritarios -no los únicos, claro- que son el crecimiento respecto al trimestre-o año- anterior, el crecimiento de la bolsa y -por nuestro gran problema- la tasa de desempleo. Es llamativo, decía, porque no se da prioridad al índice de desarrollo humano, a la sensación personal de felicidad, al nº de personas bajo el umbral de la pobreza, a la diferencia entre sueldos máximos y mínimos medios (diferencia entre ricos y pobres). El mensaje es: hay que crecer en millones de euros porque eso es bueno para nosotros.
Cuento esto porque hay un segundo concepto que me parece interesante: el crecimiento infinito. Es decir, tenemos que crecer siempre. Si no, es malo. Pero, ¿hasta cuándo crecer?. Y, más importante: ¿cómo crecer? ¿Crecer a costa de que otros países sean más pobres? ¿Crecer olvidándonos de que ya somos grandes y que deberíamos preocuparnos de que otros crezcan?
Si en algo solemos fallar repetidamente los humanos es en hacer de nuestros hábitos leyes. Los hábitos nos los creamos en un momento determinado porque descubrimos que es para nuestro bien. Sin embargo, el mundo cambia y olvidamos que las soluciones de ayer no tienen porque servirnos hoy. Por ejemplo, hace 100 años no importaba ensuciar el planeta ya que era muy poca la porquería y muy alta la capacidad de regeneración. Por contra, hoy día sí importa ya que es mucha la suciedad para un planeta tan pequeño.
Del mismo modo, aprendimos que el crecimiento de nuestra economía es bueno ya que en la mayoría de los casos lleva implícito una mejora de la situación de las personas que viven en él. Y digo en la mayoría de los casos porque solamente hay que comparar la distribución de riqueza y nivel de vida de todos los habitantes de Finlandia y los de EEUU. Por lo tanto, llega un momento donde no es tan importante cuánto se crece sino cómo se crece. Y llega otro momento donde una vez logrado un nivel de vida más que aceptable deberíamos dejar de pensar en el yo para pensar en el nosotros global.
Mirando la vida de una sola persona, cuando empiezas a trabajar estás preocupado por salvar tu propio culo: conseguir un trabajo más o menos fijo, bien remunerado... pero luego, te das cuenta que eso está muy bien pero que también es importante el cómo: ¿pisoteando a otros? ¿a costa de tu vida familiar? Éste sería un primer paso en el que se empieza a pensar en el otro. Pero vendría otro escalón mayor que sería: si ya gano más de lo que realmente necesito (siendo honestos, casi todos lo tenemos) y he conseguido que el fin no justifique los medios, ¿por qué no preocuparme de los que nos rodean? Mi familia, mi comunidad, otras comunidades lejanas,....
Algunos dirán que nuestro problema es el empleo y que para ello necesitamos crecer pero... ¿es la única solución? ¿Y realmente lo tendremos en la misma proporción que el crecimiento? ¿Realmente necesitamos ganar más dinero? ¿Pensamos en los demás? ¿Lo más importante ahora es ser más ricos? ¿Es también lo más urgente?
Empiezo a pensar que deberíamos empezar a cambiar de objetivos. Olvidémonos del crecimiento y valoremos el cómo crecemos y el sufrimiento de los que nos rodean. Empecemos a pensar como mundo. Cambiemos nuestra forma de entender el dinero, las ganancias y, sobre todo, las NECESIDADES. No lo conseguiremos en un día ni en dos. Nos hacen falta muchos sopapos para ir despertándonos. Así que propongo que nos tomemos nuestro tiempo pero que empecemos ya a cambiarnos a nosotros mismos. Y después a los que nos rodean.
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