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Había una vez un reino muy muy lejano que estaba gobernado por un príncipe muy muy rico. Como es costumbre en nuestra historia el príncipe vivía en la opulencia mientras que la inmensa mayoría de los compatriotas podían comer a duras penas. Sin embargo, las costumbres se hacen leyes y la distancia entre riquezas no se veía como algo problemático.
Así, el príncipe veía fascinado como cada año aumentaba su riqueza. Y esto era bueno para los que le rodeaban ya que si era más rico, daba más fiestas, necesitaba más sirvientes, necesitaba más carne y deseaba mejores vestidos. Por lo tanto, el aumento de su riqueza tenía un fin social, decía, ya que el sastre del principado así como el carnicero y el cocinero veían mejoradas sus condiciones. ¡Ay, cuánta satisfacción le producía ver que su dinero aumentaba cada año! Este año un 8%. El siguiente un 15%. El próximo un 17%.
Pero como quiera que la vida es caprichosa, no se sabe muy bien por qué cada año el aumento de su riqueza era menor. Es decir, él era inmensamente rico comparado con los demás. Y cada año era más rico. Pero su riqueza no aumentaba tanto como antes. Y lo que es peor... se empezó a dar cuenta de que esos pobres malnacidos de su principado aumentaban su riqueza a un ritmo mayor que el suyo. Es decir, eran abrumadoramente pobres pero empezaban a mejorar y ese año algunos tenían un 10% más de lo que tenían el anterior. ¡Ya hasta se podían permitir comer todos los días!
El príncipe, preocupado, llamó a su sabio consejero. Que, por cierto, en los últimos años había sido cada vez un poquito más pobre ya que al vivir su superior en la abundancia ya no necesitaba sus consejos. Pero no nos desviémos, centrémonos en lo importante. La acuciante pobreza de nuestro querido príncipe. El sabio, preguntado por una solución a sus males y visto que no tenía dinero para darle, le empezó a contar una historia:
Érase una vez una zona llamada mundo donde vivían unos pocos países ricos que vivían en la opulencia y otros muchos países pobres que eran mayoría y vivían en la más triste de las pobrezas. En aquella zona los países ricos vivían obsesionados mirando su PIB, su aumento de las exportaciones o del IPC. Cada año aumentaban su riqueza un 2, un 3, un 4%. Cada vez eran más ricos porque el progreso, les habían dicho, era la base de la felicidad. Pasaron los años y el progreso no tenía límites. Tanto que les decían a los países pobres "creced, creced. Así seréis felices". Y así era. Ya que los países pobres conseguían crecer un poquito y eso les aumentaba la salud, les daba algo de educación y tardaban un par de años más en morir.
Sin embargo, éste no es un cuento con final feliz ya que por casualidades de la vida, los países ricos cada vez crecían más lento mientras que los pobres crecían mucho más rápido. Daba igual que los que tenían coches, cámaras, teléfonos de última generación, comida a raudales que salía por la basura; daba igual, decía, que tuvieran infinitamente más de lo que necesitaban. No era suficiente y querían tener todo eso pero, además, crecer igual de rápido que esos pobres malnacidos. Mientras tanto la vida pasaba. Mejor dicho, la vida les pasaba. Y no eran capaces de darse cuenta de que estaban mirando el indicador equivocado. Que mientras su indicador de riqueza había aumentando ( y ahora lo hacía a menor ritmo) su felicidad iba bajando. Y mientras miraban hacia arriba, caían en un agujero que no habían visto. Si, por el contrario, se hubiesen preocupado menos de su cartera, hubiesen sido más felices viendo como otras personas conseguían un mínimo de desarrollo. Y si ese hubiese sido el objetivo principal entonces se hubiesen afanado en que lo hubiesen conseguido antes. Ellos, a su vez, estarían eternamente agradecidos y se habrían preocupado de la felicidad también de los primeros. Es decir, se podían haber dado cuenta de que fomentando el bienestar del otro, se fomenta el bienestar de uno mismo....
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Dicen que la fábula hizo despertar al príncipe. Pero realmente no tenemos constancia de ello. Dicen que a partir de entonces fue más feliz. Y, sin embargo, cada vez tenía menos dinero. Sus conciudadanos también mejoraban su situación: primero económica hasta lo necesario y luego de felicidad personal. Y cuentan también que fueron felices y comieron perdices. Pero ésto quizás era simplemente para que el cuento tuviese un final feliz.
PD: Las imágenes están sacadas de aquí y aquí
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