jueves, 16 de junio de 2011

Mirar a los demás como miramos a los bebés

Ahora que tengo una personita regordeta diciendo ajós por casa me doy cuenta de como cualquier persona, conocida o desconocida, amable o grosera, cuando ve un bebé se preocupa por ver lo mejor que hay en él/ella. Si tiene una mirada graciosa, "ay, que cuca es"; si no para de llorar, "ay, claro, es que es un luchador/a"; si es horriblemente feo, "ay, ¡qué carisma tiene!". Así, aunque somos conscientes de sus defectos, intentamos sacar lo mejor de la otra persona y hacerla valer.

Y es curioso porque pasan tan solo unos años y entonces los adolescentes que pasean por la calle son "los que tienen ganas de montar jaleo" en vez de "mira como luchan contra su propia crisis personal de entrada a la madurez ". Del mismo modo, el compañero de al lado "intenta hacerte la puñeta" en vez de resaltar que a veces intenta ayudarte o que él también tiene problemas como tú.

En general, nos cuesta poner pensamientos positivos a la inmensa mayoría de personas que vamos conociendo. En un momento u otro (con más frecuencia cuanto peor nos sentimos con nosotros mismos) malpensamos de nuestro compañero de mesa, de nuestra pareja, de nuestro amigo o de nuestro familiar. Esto nos lleva a un comportamiento negativo hacia el otro, que a su vez promueve la atracción de conflictos hacia tu propia persona. No sé si es la aceptación de uno mismo por la negación del otro, que sentimos placer creándonos enemigos o simplemente que somos incapaces de responsabilizarnos a nosotros mismos de nuestros problemas. Pero el caso es que mejor nos iría si fuésemos capaces de mirar a los demás como miramos a los bebés. Presuponer buenos sentimientos en sus comportamientos y mandar a la porra el horrible refrán de piensa mal y acertarás.

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